En enero de 1979, Luis Aparicio apareció, por primera vez, en las boletas de votación del Salón de la Fama de Cooperstown.
Su dilatada trayectoria de 18 temporadas en las Grandes Ligas lo convirtió en un firme candidato a la inmortalidad. Al igual que en 1956, seguía los pasos Alfonso Carrasquel, el primer criollo en ser elegible al templo, y al igual que en su carrera, superaría a su mentor.
“Chico” Carrasquel apareció en las boletas en 1966, pero significó su debut y despedida. Apenas recibió un voto, el 0.3%, lejos de margen mínimo de 5% para mantenerse postulado a un sitio en la inmortalidad.
Los futuros inmortales Hal Newhouser, Phil Rizzuto, Ralph Kiner, Johnny Mize, Larry Doby, Bob Lemon, Billy Herman, George Kell, Bobby Doerr, Ernie Lombardi, Arky Vaughan, Pee Wee Reese, Enos Slaughter, Al López, Lou Boudreau, Joe Medwick, Roy Campanella y Red Ruffing compitieron con el “Chico”, en una elección en la que sólo uno fue inmortalizado uno: Ted Williams (93,4%).
Desde entonces, ningún otro venezolano había podido cumplir los 10 años de servicio para optar a un cupo en Cooperstown, hasta que se retiró Aparicio.
En su primera incursión en las papeletas tuvo una buena aceptación al salir en 120 de las 432 boletas para un 27,8%. Aunque fue insuficiente para alcanzar el 75% necesario, desde un primer momento se vio que las posibilidades eran altas al quedar 13º. Ese año fue inmortalizado solamente Willie Mays (94,7%).
Un año después, Aparicio continuó sumando adeptos y obtuvo cuatro votos más para ascender a 32,2%, en una elección en la que salieron favorecidos Al Kaline (88,3%) y Duke Snider (86,5%).
Su peor cosecha llegó en 1981, cuando el apoyó de los electores cayó dramáticamente más de un 20%. Sumó sólo 48 de 401 votos posibles para un 12%, en un sufragio al que se unieron Juan Marichal, Harmon Killebrew, el recién fallecido Thurman Munson y Bob Gibson, único exaltado con el 84% de respaldo.
“Yo sabía que no iba a ser nada fácil. Año tras año uno esperaba quedar electo, pero eso escapaba de mis manos”, confesó Aparicio, quien en 1982 volvió a dar un paso al frente al aparecer en 174 papeletas para sumar el 41,9% de los votos.
Esa vez vio como su ex compañero con los Orioles, Frank Robinson (89,2%) recibía el llamado al templo junto con el más grande jonronero de las mayores en ese entonces, Hank Aaron (97,8%).
Su caída en las papeletas creó un matriz de opinión en los más importantes diarios de Estados Unidos, así como en Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana.
Red Smith, columnista de The New York Times, fue uno de los que emitió un juicio a favor del venezolano al titular: “El Pequeño Luis merece un lugar en el Salón de la Fama”.
“Está siendo ya un hecho aceptado que los hombres de la defensa no hacen el Salón de la Fama, que parece cosa exclusiva de bateadores y pitchers”, indicó el columnista. “Pero, hay un hombre que después de 18 temporadas en las Grandes Ligas, de haber participado en más juegos que ninguno otro en esa posición, parece merecer la consagración”.
Tras hacer un repaso a los numerosos récords defensivos del criollo y a su nada despreciable ofensiva, remató: “¿Pueden ustedes decirme que un jugador de éstos no está listo ya para ingresar al Salón de la Fama?”.
La campaña surtió efecto y la aceptación se incrementó en 1983, cuando el dominicano Juan Marichal le ganó la carrera por convertirse en el tercer latinoamericano en ser exaltado al Salón de la Fama y unirse al boricua Roberto Clemente y al cubano Martín Dihigo. El ex lanzador sumó el 83,7% para escoltar a otro ex compañero y gran amigo del zuliano, el antesalista Brooks Robinson (92%), quien estaba en su primer año de elegibilidad.
El ex campocorto quedó a las puertas de Cooperstown y sólo 29 votos lo separaron de la inmortalidad. Alcanzó 252 sufragios para un 67,4%, sólo detrás de Robinson, Marichal y Harmon Killebrew (71,9%). La meta estaba a la vuelta de la esquina.
“Yo sabía que iba a llegar. No tenía dudas. Lo que no sabía era cuando”.
Eran los tiempos del nacimiento de la revolución de las computadoras. Apple recién estaba por lanzar su primera PC, la Macintosh, en enero de 1984, aún lejos del desarrollo cibernético que se vivía en esta época, cuando en un segundo millones de personas se enteran al instante, a través de internet o las redes sociales, sobre cualquier noticia que se produzca a miles de kilómetros de distancia.
Es por eso que Venezuela tardó en conocer un veredicto que fue dado a conocer el 10 de enero de 1984 y que al día siguiente fue publicado en todos los medios de comunicación de los Estados Unidos. A diferencia de nuestro actual mundo globalizado, la noticia no corrió como pólvora, pero llegó a puerto seguro en horas de la noche de ese 11 de enero.
En la residencia Aparicio Llorente, en la urbanización Santa María de Maracaibo, su esposa Sonia y sus cinco hijos esperaban con nerviosismo las noticias sobre la elección de la nueva clase del Salón de la Fama.
La tensión era latente mientras sintonizaban Venezolana de Televisión a la espera de noticias. Nelson, entonces de 18 años, tuvo que ir al baño del apartamento, cerca de las 10:00 de la noche, cuando escuchó un grito de una de sus hermanas.
“Cuando anunciaron eso por televisión, todos gritamos”, recordó Sonia. “Empezamos a brincar, a llorar”.
Luis Aparicio lo había logrado. Con 341 votos de 403 posibles, el zuliano encabezó las boletas con un sólido 84,6%, superando a Harmon Killebrew (83,1%) y Don Drysdale (78,4%), quienes también resultaron elevados al Templo de los Inmortales.
La locura se apoderó de la residencia Aparicio Llorente, a donde no paraban de llegar felicitaciones de todos lados.
“La primera llamada que entró fue la de Alejandro Vargas”, rememoró Nelson. “Y ahí no paró de sonar el teléfono. Llamaron hasta de Estados Unidos”.
Los vecinos tocaban incesantemente el timbre para ir a felicitar a los familiares del nuevo inmortal, quien estaba ajeno a toda esa situación y desconocía que todo el país estallaba en júbilo.
Entonces comentarista de Radio Caracas Televisión, Aparicio viajaba en la autopista Valencia-Caracas junto con su compañero en la pantalla, el periodista Carlitos González, tras cumplir con la trasmisión del juego entre Tiburones de La Guaira y Navegantes de Magallanes en el estadio José Bernardo Pérez, en la capital carabobeña.
Estaba ansioso, y mientras compartía el camino de la oscura carretera, escuchando por radio el desarrollo del encuentro que se efectuaba en el estadio Universitario entre Tigres de Aragua y Leones del Caracas, se enteró lo que casi toda Venezuela celebraba.
“De repente, dejaron de narrar el juego, pararon toda vaina y colocaron una música de fanfarria para dar la noticia. Entonces, Delio Amado León fue quien cogió el micrófono y dio la noticia: ‘Ya tenemos a un miembro del Salón de la Fama’”.
Abrumado, tratando de digerir la noticia más importante de su carrera, quedó en silencio… Hasta que le soltó a su compañero, quien iba al volante: “Ya tienes un amigo en el Hall de la Fama”.
A través de las ondas hertzianas escuchó el gran júbilo que se vivió en el coso de los Chaguaramos al correrse la voz. Los aficionados que aún observaban el choque en extrainnings comenzaron a entonar las notas el himno nacional. El Gloria al Bravo Pueblo fue el éxtasis del momento más resaltante de la historia del deporte venezolano.
“Es dramático”, narraba León. “Siento que en la garganta se me reproduce el nudo de ‘Morochito’ Rodríguez y su medalla olímpica en México. Cuando ‘Morochito’ me tocó narrar y llorar. Ahora me toca compartir la gloria del hombre más famoso del momento”.
Aparicio estaba en boca de todos. Era el gran protagonista y los ojos del mundo lo buscaban, pero sólo Carlitos González tenía el privilegio de estar a su lado en el momento cumbre de su carrera, algo que añoraban sus familiares en Maracaibo.
El famoso comentarista le preguntó si deseaba comer. Al inmortal le provocó una arepa.
“Paramos a comer en La Encrucijada y eso fue un escándalo”.
Fue su primer contacto con la realidad. Felicitaciones iban y venían. Los abrazos no paraban. Las solicitudes de autógrafos abundaban.
En la parada coincidieron con el autobús que llevaba a la capital al equipo de los Tiburones. Oswaldo Virgil, piloto de los salados, le dirigió unas emotivas palabras de felicitación, en un improvisado auditorio que rompió con una sonora ovación de reconocimiento. Luis quedó abrumado, guapeando para impedir escapar lágrimas de la emoción que lo embargaba.
“Yo no esperaba algo así, porque hasta los mesoneros y todos se pararon. Todo el mundo se paró a aplaudir”.
Lo vivido en la madrugada del 12 de enero apenas fue un abrebocas de lo que estaba por venir. Más tarde, en la continuación de sus compromisos televisivos, el Universitario en pleno le brindó una de las ovaciones que jamás olvidará.
“Al otro día, muchacho, cuando entré al estadio… Eso sí fue emocionante”.
Pero la celebración aún no estaba completa. Faltaba el amoroso y caluroso abrazo familiar.
“Nosotros hablamos por teléfono esa madrugada, pero no regresó a Maracaibo sino dos días después”, recordó Sonia, quien lo fue a esperar al aeropuerto de La Chinita, junto con sus cinco hijos, su suegra, Herminia, y otros familiares y amigos.
“Sentía muchísimo orgullo. Lo que sentía no tenía palabras. Así también estaban nuestros hijos, quienes idolatraban a su padre”.
Cuando finalmente bajó del avión para sentir el calor de su tierra, Luis se sintió completo.
“A la primera que abrazó fue a mi mamá”, contó Nelson. “Fue bastante emocionante”.
Siete meses después, exactamente el 12 de agosto, llegaría el momento cumbre y el más esperado por la Venezuela deportiva. Las puertas de Cooperstwon se abrieron para recibirlo, junto con Killebrew, Drysdale, y los exaltados por el Comité de Veteranos, Pee Wee Reese y Rick Ferrell.
Varios compatriotas lo fueron a acompañar a la ceremonia, entre ellos el ex presidente de la República, Carlos Andrés Pérez. También estuvieron presentes Domingo Viña, presidente del Instituto Nacional de Deportes; Milena Sardi Selle, Ministra de la Juventud; Néstor Yancen, presidente de la Asamblea Legislativa del estado Zulia; Omar Barboza, presidente de Corpozulia; Hugo Soto Socorro, secretario del partido Acción Democrática; Luis Guillermo Cristalino y Oscar García.
“El único que fue a mi exaltación invitado por mí fue Carlos Andrés, quien era mi amigo. El día del acto, bajo y veo a mucha gente en el lobby, y a él sólo lo reconocí por su voz. A lo que lo escuché hablar dije, ‘este tipo está aquí’. Lo consigo en el lobby y allí fue que me felicitó. Él estuvo al lado de mi señora, sentado en primera fila. Yo quería tener a toda Maracaibo allá, pero me reconfortaba pensar algo, ‘bueno, al menos hay un venezolano en el Salón de la Fama’… ¡Y tenía que ser un maracucho!”.
En su placa se resumía su dilatada trayectoria de la siguiente manera: “Shortstop regular en todas sus 18 temporadas. Impuso récords en su carrera en las Grandes Ligas de más juegos (2.581), asistencias (8.016), lances (12.564) y doble plays (1.553) para un shortstop; y tiene la mayor cantidad de outs de la Liga Americana (4.548). Lideró la Liga Americana en fildeo 8 veces. Encabezó la liga en robos en sus primeras 9 temporadas, comenzando el renacimiento del robo de base. Novato del Año de la Liga Americana de 1956”.
Un torrencial aguacero de hora y media amenazaba con posponer el acto, pero como en toda su carrera, la intervención divina volvía a estar de su lado. Poco antes del inicio de la ceremonia, pautada para las 2:30 de la tarde, un sol radiante iluminó Cooperstown.
El Comisionado de las Grandes Ligas, Bowie Kuhn, fue llamando a los exaltados para entregarles su placa y expresar sus respectivos discursos. Aparicio fue el cuarto, después de Ferrell, Reese y Drysdale, y antes de Killebrew.
“Les presento a uno que desde hace tiempo ha debido estar aquí”, dijo Kuhn. “Me refiero al mejor short de todos los tiempos: Luis Aparicio”.
“Allí estaba un poco nervioso, pero cuando vi que todos se paraban a decir sus palabras, agarré confianza. ‘Si ellos lo hacen, también lo puedo hacer yo’. A lo que dices la primera palabra, a uno se le quita todo. Y dije mi discurso en inglés y en español”.
Allí empezó a pronunciar su discurso con la misma tranquilidad con la que buscaba un rolling al hueco en sus años mozos. La elegancia también lo acompañó.
“Damas y caballeros. Cuando vine por primera vez a este país, 30 años atrás, yo era tan solo un jovencito con muy poco en mis bolsillos, pero lleno de sueños y con un mundo entero para ganar.
Hubo momentos de ansiedad y frustración, pero mi amor por este gran juego de béisbol, y la ayuda y el coraje que obtuve de mis compañeros de equipo y amigos fueron más fuertes que esos obstáculos. Sin embargo, el Salón de la Fama era para mí un sueño muy lejano.
Yo trabajé muy duro para hacer lo mejor por mi equipo, por los fanáticos, por todos aquellos que aman este juego y por el béisbol mismo. Es por esto que, para mí, estar entre los más grandes jugadores de la historia del béisbol siempre significará mucho más de lo que puedo expresar.
Le doy gracias a mi padre, a quien debo los primeros secretos que aprendí de la profesión. Le doy gracias a mis compañeros de equipo. Le doy gracias a los escritores y a todos aquellos que dan las noticias de los deportes. Le doy gracias a mi esposa e hijos. Le doy gracias a las personas de esta gran nación y, sobre todo, le doy gracias a Dios.
Hoy, 30 años después de que vine por primera vez a este país, le doy muchas gracias”.
Yo trabajé muy duro para hacer lo mejor por mi equipo, por los fanáticos, por todos aquellos que aman este juego y por el béisbol mismo. Es por esto que, para mí, estar entre los más grandes jugadores de la historia del béisbol siempre significará mucho más de lo que puedo expresar.
Le doy gracias a mi padre, a quien debo los primeros secretos que aprendí de la profesión. Le doy gracias a mis compañeros de equipo. Le doy gracias a los escritores y a todos aquellos que dan las noticias de los deportes. Le doy gracias a mi esposa e hijos. Le doy gracias a las personas de esta gran nación y, sobre todo, le doy gracias a Dios.
Hoy, 30 años después de que vine por primera vez a este país, le doy muchas gracias”.
El único miembro del Salón de la Fama que no jugó nunca otra posición diferente a la que defendió durante toda su carrera terminó así su día de gloria, pero estaban muchos más por venir.
Apenas dos días después, el 14 de agosto, su número 11 fue retirado por los Medias Blancas de Chicago, club que no ha parado de rendirle tributo al venezolano.
En 2005, realizó el primer pitcheo de la Serie Mundial en el U.S Cellular Field, en lo que significó el regreso de los patiblancos a un Clásico de Otoño. También fue un momento de reencuentro del “Pequeño Louie” con una afición que lo adoptó como suyo y lo reconoció con una estruendosa ovación al montarse en el montículo, mientras fue rodeado por sus ex compañeros de los “Go-Go Sox” de 1959 Billy Pierce, “Jungle Jim” Rivera, Jim Landis, Bob Show y J.C Martin.
El cariño en la Ciudad de los Vientos es tan grande, que su hijo mayor, Luis, lo resume en una frase: “Si se lanza a alcalde, gana”.
“¿Cómo te puedes sentir si después de retirado tanto tiempo aún esa gente se acuerda de uno? ¡Eso vale mucho! Algo tuve que hacer bien. Tuve que haber hecho algo bueno. Eso fue muy emocionante”, dijo Aparicio, quien también celebró la conquista del primer campeonato de la franquicia en 88 años, de la mano del también venezolano Oswaldo Guillén, al estar presente en la presentación del trofeo en la primera serie de la campaña siguiente en Chicago, el 5 de abril de 2006, cuando fue el primero en recibir el anillo de la Serie Mundial de 2005.
Un año después, el 23 de julio de 2006, fue inmortalizado en el estadio de los Medias Blancas con una estatua de tamaño natural. Su escultura fue develada junto con la de su compañero de doble plays en Chicago, Nellie Fox.
Fue apenas el cuarto latino en recibir semejante honor en las mayores, después de Roberto Clemente, Juan Marichal y Orestes “Minnie” Miñoso, y el cuarto miembro patiblanco con su figura de bronce, tras Charles Comiskey, Miñoso y Carlton Fisk.
“La combinación de doble plays entre Aparicio y Fox fue una de las más populares y talentosas que el béisbol haya visto”, destacó Jerry Reinsdorf, dueño de los Medias Blancas, al explicar el motivo del nuevo tributo. “Sus estilos de jugar resonaron en una ciudad que amaba la intensidad que ellos trajeron al terreno a diario, así que simplemente es apropiado reconocerlos por las memorias que le dieron a la gente de Chicago”.
Y esa estatua es algo que no deja de sorprenderle cada vez que va a la Ciudad de los Vientos.
“Eso sí es bonito, ir a otro país y ver tu propia estatua. Es muy emocionante”.
Y es un honor que todavía no ha recibido en su propio país, pese a que ha obtenido innumerables reconocimientos, incluyendo la creación de su propia fecha en Maracaibo, el Día de Luis Aparicio, celebrado cada 11 de noviembre (11-11, en honor a su dorsal como jugador).
Por esa razón, sus hijos sienten que en Venezuela siguen en deuda, en comparación con la admiración que le profesan en el norte.
“Mi papá, siendo quien fue y la imagen que siempre tuvo, hoy en día todavía no aprecian los esfuerzos, logros y sacrificios que él hizo”, puntualizó Luis Ernesto.
No obstante, el propio Aparicio se siente tranquilo.
“Yo estoy muy agradecido con todos y cada uno de los reconocimientos que me han dado”, apuntó, mientras recuerda la estatua de su progenitor, ubicada en el estadio de Maracaibo que lleva su nombre. “Sería muy bonito tener en mi tierra una estatua como la de papá”.
Ejemplo a seguir por los jovenes en el pais. Esfuerzo, constancia y pasion.
ResponderEliminar