martes, 19 de noviembre de 2013

La bendición que llegó hace 60 años

Luis Aparicio celebra seis décadas de su estreno en el profesional, en 1953, cuando la Chinita lo hizo debutar en su día para iniciar una carrera que terminó en el Salón de la Fama.
El 18 de noviembre de 1953 hubo una gran expectativa en el estadio Olímpico de Maracaibo. Allí, uno de los mejores peloteros de Venezuela anunciaba su retiro, Luis Aparicio Ortega, “El Grande”, quien dio paso al estreno del único venezolano inmortalizado en el Salón de la Fama de las Grandes Ligas.
Luis Ernesto Aparicio Montiel celebró ayer 60 años de su debut en el béisbol profesional, que se dio en el marco de la histórica rivalidad del béisbol zuliano entre Gavilanes y Pastora ante más de siete mil aficionados que se dieron cita en el parque ahora conocido como Alejandro Borges.

“Debuté el 18, pero no iba a debutar sino el 17, pero cayó un palo de agua y (el juego) lo suspendieron para el 18 de noviembre”, recordó Aparicio. “Esa es una cosa que le agradezco a la Virgen de Chiquinquirá toda mi vida”.
Aparicio se estrenó como primer bate y campocorto de Gavilanes, luego de un sencillo acto en el que su padre le dio el testigo.
“Ahí todo el mundo decía que papá me entregó el guante, pero papá lo que me entregó fue el bate”, afirmó. “Todo el mundo decía que fue el guante, pero no fue así. Yo era visitador y lo que me entregaron fue el bate”.
A sus 19 años nunca sintió nervios al saltar al terreno. Jamás los tuvo ni en el nivel más exigente durante sus 18 campañas en las Grandes Ligas.
“No estuve nervioso. Más bien estaba contento porque iba a
jugar”, señaló Aparicio, quien se fue de 4-0 en la derrota de los alados 7-4 ante Pastora.
Allí apenas comenzó la historia de un jugador que se convertiría en leyenda, luego de llegar a las Grandes Ligas con los Medias Blancas de Chicago en 1956, año en el que ganó el premio al Novato del Año.
Después sus habilidades lo llevaron a ganar nueve Guantes de Oro, reinventar el robo de base como arma ofensiva en las mayores y lucir sus cualidades con los Orioles de Baltimore, con quienes ganó la Serie Mundial de 1966, y Medias Rojas de Boston, club en el que se retiro en 1973 para sellar una carrera que se inmortalizó en Cooperstown el 12 de agosto de 1984.
“Le agradezco mucho al público, porque Luis Aparicio el pelotero
se lo debo al público”, apuntó. “Pero Luis Aparicio el hombre se lo debo a mi familia, a mi mujer y a mis hijos”.
Y eso siempre ha sido lo más importante en su vida, incluso por encima del deporte que le dio la fama.
“Para mí primero que nada es la familia”, afirmó. “El béisbol es secundario y me dio todo lo que me dio porque era mi trabajo, pero si no hubiera sido por mi familia no hubiera llegado a donde estoy. Quizás, ¿qué sería de mi?”.
De su relación con Sonia, a quien conoció en el Yankee Stadium en 1956, nacieron sus cinco hijos: Luis Ernesto (1957), Sonia Milagros (1958) Sharon Iris (1960), Karen Rose (1964) y Nelson Manuel (1965).
“Una vez, creo que en el año 68, mi papá quería retirarse y si no es por el apoyo que le dio mi mamá, y por supuesto sus hijos, creo que se hubiese retirado”, recordó su hijo Nelson. “Si se hubiese retirado en esos años, no creo que hubiese acumulado lo que acumuló para llegar al Salón de la Fama”.
Y todo ese camino hacia el estrellato y hacia la formación de su familia comenzó un día como hoy, hace 60 años.
“Soy el hombre más sortario del mundo, porque no estaba previsto que debutara el 18, pero la Chinita como que sabía que iba a jugar el 17 y cayó un palo de agua y suspendieron el juego”, soltó Aparicio. “Y sigo estando muy contento porque la Virgen de Chiquinquirá haya tirado ese palo de agua ese día”.

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